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El jardín de las delicias (1510-1515). El Bosco Fuente: WkiArt |
La dinámica del conocimiento tiene cuatro ingredientes
fundamentales: el caos, la metáfora, el orden y la paradoja. A partir de estos
cuatro ingredientes se configuran sistemas y obras. Una de las formas favoritas
de comunicar obras y sistemas es la narración. Por eso una buena
narración es una buena verdad, una que es aceptable para quienes la escuchan. Si ésta es verosímil y entretenida, el receptor genera un aprendizaje que
se configura a partir de lo que el narrador problematice.
Para narrar se necesita describir a los personajes: cuál es su comida favorita, qué le desagrada de su vida
cotidiana, qué traumas sufrió en su infancia entre otras preguntas que va
realizando el narrador para capturar el segmento de espacio-tiempo donde se
desenvuelven los actores que crea. La narración pone a prueba, en un campo de
simulaciones, los actos morales e intelectuales. Por lo tanto una narración
contiene los elementos necesarios para generar una situación compleja que
permite estudiar los elementos fundamentales del conocimiento. Esta forma de comunicación convierte al narrador en un demiurgo, un ser que crea y armoniza
universos.
Sin embargo el demiurgo en la
Tierra está sujeto a sus necesidades urgentes y emergentes: comer,
reproducirse, amar entre otras acciones que invaden a la
Naturaleza. Por lo tanto toda su obra es violenta. La violencia en la obra
radica en su capacidad de irrumpir en la mente (casa de las ideas que se
localiza en la frontera de lo divino y lo humano). Una obra, cuando es potente,
genera un acto revolucionario. En ese sentido la obra es un delicado
aguijón o una mordida voraz. La violencia en la obra es consecuencia del
carácter biológico del sujeto que le exige mantener su manifestación física y
que se mantiene mínima cuando no cae en el vicio de los placeres.
¿Qué narrar? El caos, el cual es
el crisol de donde surge el orden. El caos es la incertidumbre que surge de
algún fenómeno del cual desconocemos sus principios básicos. Nuestro cerebro y
nuestra mente tienden a configurar y descifrar esos fenómenos. Eso lo podemos
vivenciar cuando leemos una novela y nuestro cerebro crea imágenes de los
personajes, del espacio y el tiempo en el que se desarrolla la historia.
También lo podemos experimentar en las ilusiones ópticas o cuando opinamos
sobre un tema. La potencia del orden es directamente proporcional a la potencia
de la metáfora y ésta se vuelve más poderosa entre más la alimentamos. Ésta se nutre
de la experiencia sensorial del sujeto y lo que éste puede asimilar
mentalmente. La perfección del demiurgo llega con los años y el compromiso con
su búsqueda intelectual y ética. La metáfora se vuelve más poderosa en tanto
que el demiurgo sea más disciplinado y tenga claro su objetivo.
La metáfora es el puente entre
todos los conocimientos, entre todas las experiencias, entre todos los
espíritus. La metáfora es la imagen, la posibilidad, la utopía, la fuerza
motriz del intelectual. La metáfora, según José Lezama Lima, está:
«En medio de
las aguas congeladas o hirvientes,
un puente,
un gran puente que no se le ve,
pero que
anda sobre su propia obra manuscrita,
sobre su
propia desconfianza de poderse apropiar
de las
sombrillas de las mujeres embarazadas,
con el
embarazo de una pregunta transportada a lomo
de mula
que tiene
que realizar la misión
de convertir
o alargar los jardines en nichos
donde los
niños prestan sus rizos a las olas,
pues las
olas son tan artificiales
como el
bostezo de Dios.»
Pero
ese puente puede caer bajo el peso de la paradoja. Todo puente tiene fisuras
porque sus materiales traen el signo de la imperfección del demiurgo terrestre.
Una paradoja es una crisis, un evento que no se esperaba, es la muerte. La
paradoja es la bala que mata a la metáfora pero ese cadáver metafórico, que
apesta a caos, sirve de abono para un nuevo orden y el surgimiento de nuevos
demiurgos terrestres, nuevos sistemas y nuevas obras.
Raúl Fierro
Casa de las Ciencias de Oaxaca
Camino Nacional 4 San Sebastián Tutla, Oaxaca
51 7 50 87
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