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Anunciación de Cestello (1489) Sandro Boticelli |
En su texto “La verdad en la ciencia”, el escritor y físico Jorge Wagensberg plantea que el conocimiento tiene una parte científica, una artística y una revelada. Si es así, se podría decir que la obra de un sujeto, materialización del conocimiento si nos apegamos a una concepción platónica, tiene también su parte de ciencia y arte. “La grandeza de la ciencia es que puede comprender sin intuir, la grandeza del arte es que puede intuir sin comprender”, nos dice Wagensberg. Intuición y comprensión son las acciones por las cuales el sujeto mantiene una conversación con su entorno.
En su libro La estructura de las revoluciones científicas, Thomas Khun plantea que la defensa de un paradigma científico tiene algo de salto de fe: «El hombre que adopta un nuevo paradigma […] deberá tener fe en que el nuevo paradigma tendrá éxito al enfrentarse a los muchos problemas que se presenten en su camino, sabiendo sólo que el paradigma antiguo ha fallado en algunos casos. Una decisión de esta índole sólo puede tomarse con base en la fe». Imaginemos al científico como un navegante en un mar lleno de demonios de Maxwell y Laplace, de paradojas cuánticas y de islas con especies asombrosas. Un mar con estados del tiempo político, económico y social inestables. En ella, el navegante se ha preparado para llegar a su destino, pero nunca falta, dada sus limitaciones humanas, el azar, el error y la incertidumbre. ¿Cómo puede estar seguro de que el camino que ha trazado es el adecuado?, ¿cómo saber que el destino que ha marcado está ahí como lo había imaginado? A pesar de la comprensión de lo que le espera, el navegante hace uso de la intuición para sortear las dificultades que se le presentan.
Uno de los ejemplos que considero más extraordinarios sobre la comprensión y la intuición en la historia de la ciencia, lo encuentro en la obra de Johannes Kepler, en especial en su novela de ciencia ficción Somnium. En ella se encuentra el germen de las leyes de Newton. sigencontramos con las primeras ideas copernicanas sobre el movimiento celeste. Esta obra narra el sueño de un joven que se llama Duracotus quien viaja, a través de las artes mágicas de su madre la bruja Fiolxhilda, a la Luna. Lo revolucionario de esta novela se encuentra en el siguiente pasaje: «...porque, como tanto las fuerzas magnéticas de la Tierra y la Luna atraen al cuerpo y lo mantienen suspendido, el efecto resultante es como si ninguna de ellas lo atrajese». Aunque ahora entendemos que esta “fuerza magnética “de la Luna en realidad es la fuerza de gravedad, la intuición de Kepler, a partir de la comprensión de los datos que sustrajo del palacio de la ciencia de Tycho Brahe, le hacía ver un concepto que ayudó a Newton a crear todo el constructo de la Física tal como la conocemos hoy día. En la época de Kepler, el fenómeno que daba lugar a las mareas no se entendía bien, de hecho, Galileo, el antiaristotélico, se equivocó al explicarlas con un argumento aristotélico de fuerzas relativas que se generaban por el movimiento de la Tierra. Kepler ya intuía que las mareas eran producto de las fuerzas a distancia que ejercía la Luna sobre la Tierra. Si bien Kepler no supo describir de manera correcta los conceptos de inercia y fuerza de gravedad, su intuición tal vez estimuló la comprensión de Newton quien más tarde, a través de ese otro ente que llamamos número, describió estos los elementos que dan forma al universo que ahora tenemos.
En un mar tan violento en el que navega la especie humana, la comprensión de los fenómenos que la rodean, le ayuda a sortear la incertidumbre, el temor y la confusión que las crisis generan y que algunos grupos aprovechan para la traición y el oportunismo. La intuición se fortalece con la comprensión, entre más logremos entender el universo mejor intuiremos mundos posibles que los monstruos tratan de arrebatarnos.
Casa de las Ciencias de Oaxaca
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