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El puente de acero (1922) Max Beckmann |
Las revoluciones propician la evolución de un sistema. En particular, desde la historia de la ciencia, tenemos dos ejemplos: la revolución copernicana y la industrial. En la revolución copernicana evolucionó nuestro concepto sobre la relación del hombre con el universo. En la industrial, se desarrollaron los paradigmas que rigen las relaciones de producción actuales.
Estas revoluciones tuvieron como contexto luchas entre la clase que estaban en el poder y la que aspiraba a tenerlo. Se caracterizaron por cambios cuantitativos que resultaron en grandes saltos cualitativos y de paradigmas que se negaban unos a otros. En la revolución copernicana, el paradigma del movimiento terrestre tuvo como mártir a Giordano Bruno quien murió en la hoguera: «Ustedes tienen más miedo de aceptar esta verdad, que yo de recibir su condena», dijo a los inquisidores que lo enjuiciaron, quienes lideraba Roberto Bellarmino, el gran intelectual inquisidor que defendía los intereses de la iglesia católica por lo tanto del poder feudal. Ese personaje, con un gran conocimiento de la estructura histórico-cultural de su época, también enjuició a Galileo Galilei cuando trató de poner en duda, a través del paradigma científico del movimiento terrestre, el poder del Papa como representante divino en la Tierra. Todo este proceso de luchas científicas, más allá de los debates pacíficos que los historiadores de la ciencia ortodoxos tratan de mostrar, fueron a muerte. No es una ocurrencia la afirmación de Max Planck, padre de la física cuántica, al decir que un paradigma triunfa, no sólo porque sea el mejor, sino porque los viejos, que lo defendían, han muerto. Tampoco la de Marx que indica que la clase burguesa fue una clase revolucionaria, la cual, su camino al poder no estuvo exento de violencia (v.g. Revolución francesa).
El desarrollo tecnológico que trajo consigo el estudio de la termodinámica, fue fundamental para una evolución en la producción. Las novelas de Julio Verne muestran la esperanza que se tenía sobre la investigación científica para el mejoramiento de la vida. Por otro lado, este sueño sólo existía para unos cuantos, como también lo muestra Verne en su novela París en el siglo XXI y los movimientos sociales que se suscitaron durante esta etapa. Durante la Segunda Guerra Mundial, los dueños de las fábricas en Cataluña obtuvieron grandes ganancias gracias a la venta de insumos para los fascistas y nazis. Sin embargo, esta riqueza no mejoró en nada las condiciones de vida de los obreros españoles que se organizaron para arrebatar céntimos de aumento en su salario y descanso dominical a través de huelgas y mítines para después defenderse de los pistoleros de la patronal, criminales de los sindicatos blancos y la Guardia Civil española que trataban de sofocar los esfuerzos proletarios. ¿Cómo puede combatir un obrero contra el entrenamiento y el equipo policiaco-militar? La violencia revolucionaria de la clase explotada es defensiva. En palabras de Almudena Grandes, quien escribió una serie de novelas sobre las experiencias del pueblo español durante el franquismo: “La violencia está monopolizada por el Estado”.
Ninguna evolución se ha realizado sin que haya costado una gota de sangre. Incluso desde el idealismo, la violencia está presente en la lucha de paradigmas. Bachelard en su ensayo sobre Lautréamont, con clara argumentación, muestra al ser humano como un súper animal que vuela como el águila, anda como el león y nada como el tiburón, pero su potencia radica, no en las garras y los colmillos, sino en la metáfora, en su capacidad creadora. Un proceso revolucionario no busca la violencia, pero también es una necedad tratar de suprimir algo inherente a una parte de nosotros: nuestra animalidad. Mientras exista cuerpo físico habrá violencia: ¿cómo evitar el uso del cuerpo en la práctica revolucionaria?
Raúl Fierro
Casa de las Ciencias de Oaxaca
Camino Nacional 4 San Sebastián Tutla, Oaxaca
51 7 50 87
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