lunes, 25 de enero de 2021

El científico y la ética moderna

Hombre de Vitruvio (1492)
Leonardo da Vinci

Los productos tecnológicos parecen cosa de magia. Nos dice el escritor estadounidense de ciencia ficción Arthur C. Clarke: “Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. La cotidianidad se ha transformado en un mundo lleno de objetos mágicos. Podemos comunicarnos en segundos con otra persona que se encuentra en otro continente, informarnos de eventos que suceden a miles de kilómetros de distancia e inmortalizar nuestra voz en una grabadora. Este mundo, a través de la tecnología, nos ofrece una infinidad de soluciones a diversos problemas a los que nos enfrentamos.


Por otro lado, la facilidad en el uso de la tecnología (al menos para los que hemos crecido con ella o los que han nacido en esta era), nos hace percibir un mundo de obviedades donde estos objetos parecieran, aún más para las nuevas generaciones, haber estado con nosotros desde hace miles de años como el fuego. Esa obviedad y facilidad de uso ha provocado que la mayoría de las veces no nos preguntemos sobre el funcionamiento de nuestro universo social y natural ya que es lo que vivimos cotidianamente.


Entender el “cómo funciona” algunas cosas tan cotidianas (celulares, hornos microondas, computadoras entre otros artefactos que surgen del uso de la mecánica cuántica, la relatividad einsteniana y la teoría de cuerdas) nos sirve para reflexionar sobre la ética en la ciencia y la tecnología y hacia cuál es nuestro propósito como humanidad.


De forma más precisa, el propósito occidental de la humanidad, en el medievo, ha correspondido a los intereses de la divinidad: los señores feudales sustentaban su poder en la creencia divina. Con el crecimiento de los gremios de artesanos y comerciantes, se fue configurando la época moderna y con ella la ciencia. Si nos basamos en uno de los principales libros de los inicios de la modernidad, el capítulo cuarto de La cena de las cenizas de Giordano Bruno, nos permite llegar a esta conclusión: La Ciencia no puede dictar nuestra moral, pero el científico sí. De forma más concreta: el científico puede tener intereses individuales sobre lo que investiga. Estos intereses corresponden a sus referentes dentro de un sistema económico y social. El científico es un producto de la modernidad por lo tanto está sujeto a los intereses de la época en la que vive, en este caso, a la era del Antropoceno.


Por lo tanto, es importante reflexionar sobre e l uso de la tecnología, pero también sobre los orígenes de su creación y su creador: ¿a quiénes responden de su trabajo los científicos?: ¿a la comunidad trabajadora o a la comunidad empresarial? Un científico que trabaja para una empresa privada estará sujeto a las necesidades de la industria a pesar del uso que se dé a sus conocimientos (v.g. La lucha contra la industria del plomo) Un científico que trabaja para el gobierno, que no es más que un títere de la clase empresarial, estará sujeto a corroborar las “verdades históricas” o los “otros datos” para salvar su puesto.


La ciencia dentro de este sistema capitalista se convierte en una mercancía. El propósito de la ciencia, pensada idealmente por Voltaire, Émilie de Châtelet o Diderot, se corrompe bajo la dinámica del mercado capitalista.


La duda es el ingrediente principal del pensamiento científico. Por ello recomiendo al lector, que cada vez que revise un artículo sobre algún investigador o divulgador de la ciencia, reflexione sobre los referentes que les transmite, qué ideas apoya y a quiénes sirve. Bajo esa cavilación, ¿cuál es el propósito del científico moderno?


Raúl Fierro 

Casa de las Ciencias de Oaxaca

Camino Nacional 4, San Sebastián Tutla, Oaxaca

Teléfono: 51 7 50 87

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