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Esquema de la Defensa siciliana variante Nadjorf Fuente: Chess.com |
José Raúl Capablanca, uno de los grandes jugadores de ajedrez y del cual Guillermo Cabrera Infante hizo una semblanza en su libro Mea Cuba, se le conocía como el Mozart del ajedrez. Su capacidad intuitiva para el juego-ciencia contrastaba con la potencia teórica de su archienemigo en el tablero: Alekhine. Decía Capablanca: “De pocas partidas he aprendido tanto como de la mayoría de mis derrotas”, esto demuestra un atisbo del camino de su genialidad. La derrota es una gran maestra de la vida y más para un jugador que tenía una vitalidad balzaquiana. Son asombrosas las anécdotas sobre sus juergas y cómo se curaba las resacas en partidas contra Grandes Maestros.
Precisamente, muy pocos juegos te enseñan la humildad como el ajedrez. Ahora con la ayuda de los módulos (procesadores que te ayudan analizar partidas), te das cuenta cuánto vale tu victoria. “La táctica fluye a partir de una posición superior”, decía Bobby Fischer, el jugador maldito del ajedrez. La práctica en la táctica es lo que te hace un jugador más fuerte. Un Gran Maestro pasa horas resolviendo problemas de ajedrez. Antes de cada torneo es necesario calentar realizando ejercicios tácticos para poder jugar de forma más precisa. El estudio de la teoría te hace ver que tan ignorante eres a pesar de que ya puedas vencer a más de las dos terceras partes de los jugadores de ajedrez en el mundo. La fuerza entre un principiante y un avanzado en el ajedrez es brutal; ya no se diga comparado con un Gran Maestro, que es prácticamente un dios en el tablero.
“Todos los jugadores de ajedrez deberían tener un pasatiempo”, es uno de los aforismos de Savielly Tartakower, uno de los pocos jugadores completos, es decir, que conjugaba la intuición con la teoría ajedrecística. Cuando juegas al nivel de un aficionado, te parecen increíbles los ataques, los sacrificios son incomprensibles y las aperturas y defensas son producto de un arte oscuro y antiguo. Cuando eres principiante, ya conoces algunas tácticas, empiezas a soñar con las posiciones y te arriesgas más para experimentar y reconocer tus debilidades. Cuando vas avanzando es peor, ya no hay otra cosa en tu mente más que el tablero y las posiciones de las piezas. Te obsesionas, no por ganar, sino por comprender: dónde fallaste, cuáles son las sutilezas de la apertura, el medio juego y los finales, por qué esa obsesión de Mijaíl Thal por sacrificar piezas y su magia para ganar en esas situaciones: “Cuando Spassky te sacrifica una pieza, ya puedes rendirte. Pero cuando la sacrifica Tal, deberías seguir jugando, porque es muy posible que pronto te sacrifique otra, y entonces ¿quién sabe?”, decía Nadjorf del Brujo de Riga. Nadjorf es autor de una de mis defensas favoritas y que aún trato de dominar: 1. e4 c5 2. Cf3 d6 3. d4 cxd4 4. Cxd4 Cf6 5. Cc3 a6. Esa insignificancia aparente del movimiento del peón trae consigo complicaciones e inicia una serie de trampas y celadas que sólo el ojo de un ajedrecista avanzado puede ver.
Derrota, humildad y obsesión son los ingredientes de la vida. Para quien cree no conocerlas, dirá que el ajedrez es aburrido; para esa persona su existencia es tediosa. La creación no tendría sentido sin el ajedrez. Este juego es un elíxir, una droga; una forma de adentrarnos al alma humana: A través de las aperturas y defensas conocerás la personalidad de tus oponentes.
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Qué sería de nuestra formación ya no como alumnos, sino como personas si lleváramos ajedrez en las escuelas, o se nos enseñara a jugar de chicos. Para algunos es aburrido porque estamos inmersos en una cultura de entretenimiento, y un sistema (capitalista) que sólo premia el triunfo a toda costa; cuando como bien escribes, es la derrota de la que más se aprende. Saludos!
ResponderEliminarEfectivamente, el ajedrez va más allá de un juego para ganar o presumir inteligencia; también forma la personalidad y es otra forma de diálogo. Gracias Josué, un gusto recibir tu comentario. Saludos.
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