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Grabado de un retrato de Faraday Fuente: Wikipedia |
Raúl Fierro*
Hay un libro sobre biografías históricas que me fascina: Vidas imaginarias de Marcel Schwob.
Estas biografías, a diferencia de la mayoría que describen los grandes trabajos
y hazañas de personajes ilustres, mencionan los detalles cotidianos de su vida
(sus amores, miedos, odios entre otras emociones que nos hacen humanos):
“Cuando Lucrecio volvió había con él en la alta casa vacía,
en el atrio severo y entre esclavos mudos, una mujer africana, bella bárbara y
malvada. […] Lucrecio había visto las facciones sangrientas, las guerras de
partidos y la corrupción política. Estaba enamorado.”
El gran Lucrecio, uno de los grandes pensadores del antiguo
Imperio Romano, debido a ese enamoramiento y posterior rechazo, se encierra en
la biblioteca por despecho:
“La
voluptuosidad creció en furor y quiso cambiar de persona. Llegó hasta la
extremidad aguda en que se expande alrededor de la carne, sin penetrar hasta
las entrañas. La africana se acurrucó en su corazón extranjero. Lucrecio se
desesperó al no poder consumar el amor. La mujer se tornó altanera, melancólica
y silenciosa, parecida al atrio y a los esclavos. Lucrecio anduvo errabundo en
la sala de los libros.”
Su amor imposible con
una esclava africana da como producto uno de las grandes obras de la filosofía
natural: Sobre la naturaleza de las cosas.
¿Qué emociones humanas motivaron los pensamientos que conforman a la humanidad?
¿Acaso no vivimos un cúmulo de sentimientos disfrazados de conocimiento? ¿El
odio, el amor, la terquedad, la pasividad, la cobardía la valentía, lo pagano y
lo divino son ingredientes de las ciencias y las artes?
Emulando la escritura en Vidas imaginarias de Marcel Schwob,
describiré la vida de Michel Faraday, físico inglés que nos dio la posibilidad
de la era eléctrica:
Explotó el Tambora y sus cenizas cubrieron el cielo de toda
Europa. Michel Faraday nació bajo el manto furioso de Vulcano, dios de los
herreros. Su infancia transcurrió en el taller de su padre donde las chispas de
las herraduras estimulaban su imaginación infantil que se formaba con las
enseñanzas bíblicas de su madre. Faraday era sandemaniano. Sus rituales diarios
estaban consagrados al dios judío y mantenía siempre en su mente un pasaje:
“Desde la
creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son
conocidos mediante las obras. De manera que son inexcusables, por cuanto
conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios.” Romanos 1:20-21.
Conoció
a Dios a través de los campos eléctricos y magnéticos que enlazan los cuerpos, del movimiento de los imanes y su relación con el flujo eléctrico, la
ionización de los átomos, la licuefacción de los gases y la ionización del agua.
Tuvo que inventar nuevas palabras para los hombres, para que estos entendieran
las manifestaciones de Dios que han estado escondidas desde la creación del
universo.
Dejad que los niños se acerquen a mí, dicta Jesús.
Faraday dejó que se acercarán a él. Creó las “Lecturas de Navidad” y las “Conferencias
vespertinas de los viernes” para que los niños conocieran los fenómenos de la
Naturaleza. Su legado dio frutos que impulsaron a Inglaterra como centro
neurálgico del conocimiento científico.
Un día sentado en su sillón favorito, vio el crepitar
de las chispas del fuego en su chimenea, su padre, el herrero, apareció
martillando, sus ojos se cerraron y desapareció la luz de Vulcano de este mundo.
*Casa
de las Ciencias de Oaxaca
Camino
Nacional 4, San Sebastián Tutla, Oaxaca
Teléfono:
51 7 50 87
Correo
electrónico: trinofiesa@gmail.com
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