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Luis Pasteur en su laboratorio en 1885 Fuente: Wikipedia |
Uno de los grandes avances en la historia de la medicina fue el descubrimiento de la causa de las enfermedades: los virus y las bacterias. Antes de ello, el sentido común dictaba, al menos en la historia del conocimiento occidental, que una persona se enfermaba por la falta de equilibrio entre los elementos que lo constituían. Según el exceso o falta de algún fluido en el cuerpo (desde aire, tierra, fuego, agua hasta los que describe la teoría de los humores) se recetaba un tratamiento al paciente. Por ejemplo, si tenían exceso de sangre se les recetaba un tratamiento de sangrías por cortes o sanguijuelas. En el caso de la sífilis, relacionado con los elementos de la tierra y el agua, se recetaba mercurio para paliar ese mal. Todos esos tratamientos provocaban efectos secundarios muy dañinos e incluso mortales en el enfermo. Al paso de siglos de refinamiento de la ciencia médica, esos procedimientos se volvieron obsoletos ya que, a partir del descubrimiento de los virus y bacterias, las recetas mejoraron en el sentido de disminuir los efectos secundarios que provocaban los tratamientos.
El virus y la bacteria son patógenos muy bien diferenciados en la literatura biológica. La bacteria es un microorganismo celular que consume otras células o cadenas moleculares para sobrevivir. Esta característica les permite a los investigadores médicos producir un tipo de medicamento muy específico para combatirlo: el antibiótico. Por otro lado, el virus no come, “ataca” el ARN o ADN de células específicas para poder reproducirse, es como un espía que adopta las características de su enemigo para evadir sus defensas y poder sobrevivir. Por ello es muy difícil para las defensas de nuestro cuerpo combatir virus. Afortunadamente a finales del siglo XIX, el médico Louis Pasteur inventó la vacuna para atacarlos.
«De los tres pacientes a los que atendió el único que logró sobrevivir fue el pequeño Josef, a quien estuvo suministrando el compuesto antirrábico durante los siguientes diez días. Pasado este tiempo el investigador vio con satisfacción que había hecho efecto y que el niño estaba totalmente curado y fuera de peligro. Había nacido la vacuna contra la rabia con la que, debido a su éxito, en los siguientes años Pasteur trataría y salvaría la vida a cerca de tres mil personas que habían sido víctimas de mordeduras de perros rabiosos.» [López, A. “Cuando Louis Pasteur probó por primera vez en un humano (y con éxito) la vacuna contra la rabia”. Naukas. 20 de mayo de 2016 (en línea)] En esencia, Pasteur inventó también el procedimiento de probar las vacunas. Antes del niño ya la había probado con conejos (fase 1) y después de consultarlo con uno de sus colegas (fase 2: discusión entre pares) decidió pasar a probarla en humanos (fase 3). Este método, con ciertos agregados, es el que se sigue utilizando en la actualidad y ha demostrado ser muy efectivo, tanto es así, para quienes han podido pagarlo, se ha logrado erradicar enfermedades de la faz de la tierra.
Sin embargo, aún queda mucho por estudiar como el efecto placebo. En las pruebas de medicamentos, surgen grupos de sujetos que se curan sin recibir el medicamento, este efecto se llama placebo y según el porcentaje en el que se presenta, será la medida de efectividad del medicamento. Este fenómeno surge porque el cuerpo humano es un sistema complejo, en cierto grado, impredecible. Tratar de entender este efecto, nos permitirá crear medicamentos más eficaces y comprender mejor la anatomía humana. La ciencia médica es muy joven y aún quedan muchas preguntas en el aire. Sin embargo, su método es la mejor herramienta que conocemos para salvar vidas.
A pesar de todo ello hay quienes gritan “¡Al diablo con Pasteur!” y, ya sea por miedo o por ignorancia, aceptan tratamientos como el uso del dióxido de cloro para combatir la COVID-19. La ciencia genera más preguntas que respuestas, y los tratamientos pseudocientíficos no hacen preguntas, no se cuestionan. En el caso del uso del dióxido de cloro, que es un químico de fabricación industrial para desinfectar albercas, como tratamiento, es sumamente peligroso: ¿Es la misma dosificación para una persona que pesa 80 kilogramos o 50?, ¿a largo plazo que efectos puede tener?, ¿qué repercusiones tendrá para pacientes con insuficiencia renal, diabetes u otra afección? Aquellos que han recomendado el uso del dióxido de cloro ¿se han puesto a pensar en ello como lo han hecho científicos como Pasteur?
Raúl Fierro
Casa de las Ciencias de Oaxaca
Camino Nacional 4 San Sebastián Tutla, Oaxaca
51 7 50 87
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