Pont-y-pair. Thomas Girtin (1799) Fuente: Wikiart |
Uno de los experimentos que más
éxito tiene, en el taller que imparto en la Casa de las Ciencias de Oaxaca, es
la clepsidra (palabra de origen griego que significa “ladrón de agua”). Este
aparato, que es una botella de plástico con un agujero a la mitad, suscita
muchas preguntas a los jóvenes y niños, incluso a algunos adultos. Al hacer el
hoyo a la botella, el sentido común dicta que el agua tiene que salir a través
de ella. Sin embargo, cuando se cierra por la parte de arriba, el chorro deja
de fluir. Cuando los participantes tratan de explicar ese fenómeno, ofrecen una
variedad de explicaciones: Un niño me dijo que era brujo, un joven expuso que
el chorro formaba una película delgada de agua que evitaba que fluyera y un
adulto interpretó que eran átomos de agua que se pegaban unos con otros y eso
evitaba que salieran. El mecanismo de la clepsidra tiene que ver con la presión
atmosférica y a mí parecer, como físico, es mucho más sencillo que esos tres
argumentos; sin embargo, no me detendré a explicarlo, lo que me interesa es el porqué
del uso de metáforas para tratar de entender un fenómeno.
En Poética de Aristóteles «la metáfora es la aplicación a una cosa de
un nombre que es propio de otra». Esta definición que aparenta ser sencilla
tiene muchas implicaciones. Nos dice Bustos en el artículo “La metáfora y la
filosofía contemporánea del lenguaje”: «Una pionera en este sentido [el estudio
del papel de la metáfora en la progresión y transmisión del conocimiento
científico] fue M. Hesse (1966, 1974) que, frente a la tesis positivista que
equiparaba el significado cognitivo de un enunciado con su método de
verificación, puso de relieve la importancia cognitiva de las metáforas
científicas, tanto en el contexto de descubrimiento (en cuanto instrumentos
heurísticos) como en el de justificación (predicción y contrastación).» Nombrar
una cosa o un fenómeno nos da una idea de sus características, pero ¿puede
existir un objeto o fenómeno que no pueda tener nombre?, ¿cómo explicarías esa
cosa o fenómeno desconocido a otra persona?, ¿con qué lo compararías para
predecir su dinámica tanto espacial como temporal? Nos dice Bustos: «... la
metáfora [es] el instrumento psicológico central mediante el cual se amplia y
estructura nuestro conocimiento del mundo (M. Arbib y M. Hesse, 1986).»
La metáfora es un puente por el
que cruzan nuestros referentes (teóricos, empíricos, artísticos y religiosos) para
llegar a otro tipo de conocimiento. Metaforizar un fenómeno o un objeto refleja
la clase de comprensión que tiene el sujeto, las metáforas que ocupe un infante
o un adolescente dibujan el mapa cultural en la que se encuentra inmerso. Si
sus referentes son vastos, la metáfora será más potente, describirá y predecirá
con mayor exactitud y, en términos estéticos, será más sensible, es decir,
tendrá un mayor impacto emocional lo cual es muy importante para construir una
experiencia de aprendizaje.
Si con la metáfora el sujeto
asimila su realidad entonces ¿cómo legitima la metáfora? A través de la
narración: «El mito primitivo no es sino una forma de metáfora extendida
(Herder, Ensayo sobre el origen del
lenguaje) y el hombre primitivo es literalmente el auténtico poeta», menciona
Bustos. Bruner en su libro Educación,
puerta a la cultura hace hincapié en la narración como la moneda con la que
se intercambia cultura. Si la metáfora es un puente, el paso se paga con
narraciones.
En el caso de la clepsidra de mi taller, cada una de las respuestas tiene que ver con lo que cada persona ha aprendido a través de sus vivencias. Cuando me comentaron cómo llegaron a sus conclusiones, pude entender al sujeto y cuando les ofrecí mi explicación, desde el punto de vista de la física, esperé que se llevarán otra visión del mundo, que les haya ayudado a comprender algo que para ellos no tenía nombre. Ahí radica en parte el quehacer educativo: mostrar distintas formas de nombrar al Universo.
Raúl Fierro
Casa de las Ciencias de Oaxaca
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