Wiltz, D. Escuela callejera (2006)
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A pesar de que se observa un aumento de la movilidad social, en contra de las recomendaciones de las autoridades de salud, la pandemia aún no ha terminado. Sin embargo, es imposible contener a la clase trabajadora. Más de la mitad de la población mexicana, según datos de la OIT, vive de la labor informal, es decir, cada salida es una lucha por conseguir el suficiente dinero para ganarse el pan. Por otro lado, la pandemia no sólo ha afectado lo laboral sino lo educativo.
La crisis educativa, bajo estas condiciones, ha puesto en duda la función del maestro y la escuela. Paulatinamente, el sentido común nos ha dictado que las escuelas se han convertido en guarderías y los maestros en niñeros. Por ello, estas circunstancias le ofrecen una oportunidad histórica al docente militante para cambiar la finalidad de la educación. La escuela, como concepto por el momento ya que aún falta algunos meses para el regreso presencial, ofrece al estudiante la oportunidad de encontrarse con algo fuera de su cotidianidad, fuera de la propaganda y la publicidad del Sistema que propicia la individualidad, el egocentrismo y la competitividad (vicios de la modernidad).
Lo anterior no quiere decir que el alumno no ha aprendido. El estudiante ha desarrollado diferentes habilidades de pensamiento y operativas durante esta pandemia. Por ejemplo, ajedrez (Browning, K. “La nueva fascinación por el ajedrez en vivo (sí, el ajedrez)”. The New York Times. 18 de setiembre de 2020 (en línea)], cocina (ver los datos que arroja YouTube sobre el aumento en las reproducciones de Cooktubers) y lecturas en audio o papel. Bajo esta situación, cuál es la función del docente. El docente que no es militante diría que transmitir conocimientos, como si el alumno no pudiera adquirirlos fuera de la escuela y, en un acto de soberbia, el maestro creyera que es la lumbrera de la nación (defecto del proyecto vasconceliano). La función de un docente militante es ofrecer al alumno herramientas para la vida, para enfrentar con inteligencia sus situaciones vitales (salud, alimentación convivencia con su entorno social y natural) y sistematizar sus experiencias.
Uno de los grandes problemas con los que se enfrentan los educadores militantes, los cuales son conscientes de que el conocimiento es colectivo y que el desarrollo de la ciencia y el arte no es producto de individuos sino del contexto histórico y social, es la convivencia entre sus alumnos. ¿Cómo propiciar esa convivencia, ese intercambio de experiencias que surgen de esta emergencia sanitaria? La respuesta la han dado los propios estudiantes a través del uso de las redes sociales. Quienes tiene posibilidades han podido comunicarse con sus amigos o han conocido nuevos (el fenómeno de los juegos en línea o los comentarios críticos que hacen los propios niños y jóvenes a los programas de Aprende en casa 2.0 es una muestra de ello). En las que no hay posibilidades de ingresar a la red, gracias a las barricadas sanitarias, han podido combinar lo presencial con otras alternativas: radios comunitarias, correspondencias o un proyecto de diario-bitácora que, cuando se regrese al aula, se puede socializar. Estamos en una coyuntura que nos permite crear nuevas formas de resistencia contra la privatización de la comunicación.
El camino es largo y aún hay mucho que aprender. La docencia como la conocemos ha terminado, las prácticas docentes serán diferentes de ahora en adelante y el maestro deberá tomar una posición: seguir con el modelo tradicional o buscar nuevas alternativas que permitan al alumno transformar su realidad. ¿Usted maestro: qué ha aprendido durante esta pandemia?
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