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Hombre triste en un tren (1911) Marcel Duchamp Fuente: Wikiart |
“Toma
un asiento”, me dijo el Demiurgo al invitarme a entrar a la casa del Pintor.
Antes de sentarme sobre un sillón en el que me hundí, creo que le faltaban
algunos resortes. Saludé al Pintor, un hombre canoso de ojos azules y arrugas
en la sien, quien preparaba la hierba para la noche; “es un hombre sabio”, me
dijo el Demiurgo. Al sondear la habitación con mi mirada, noté a otro invitado
quien era una persona delgada con un bigote alargado que terminaba en punta en
ambos lados de su boca, siempre mantenía una sonrisa que intensificaba su gesto
de burlón con sus ojos rasgados. Me recordaba a Ho Chi Minh.
El
Ho Chi Minh chasqueó los dedos y le apareció un cigarrillo de hierba de Pintor
en sus manos. Ya que yo era un Iniciado, el Demiurgo y el Pintor hablaban en
una lengua extraña para mí sin embargo logré captar algunas palabras cuando
empezaba a disertar sobre el espacio-tiempo, el color y la luz:
“Cuántos
espacios-tiempos debe haber que no podemos ver”, reflexiona el Pintor.
“El
Iniciado dice que el mundo es un sueño”, dice el Demiurgo.
El
Pintor me observa, siento que me exige una explicación:
“El
mundo está hecho de cuerdas. Las cuerdas vibran en once dimensiones, cuerdas
que se transforman bajo la lógica de la Geometría del espacio-tiempo y dejan
dudas sobre la realidad de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza”,
digo mirando al suelo mientras dibujo sobre el aire curvas y planos.
“Entonces
la ciencia ha llegado a ese punto.”, el Pintor fumó y exhaló el humo por la
nariz, “hay algunos que niegan la realidad como un telar”, dijo.
“Einstein
soñaba en un universo geométrico”, le digo al Pintor, “su sueño era que la Física
concibiera a todas las fuerzas como una deformación del espacio-tiempo. ¿Podría
ser que aquello que decimos que es real sea producto de nuestra imaginación?,
¿cómo es posible que una ilusión tenga tanto poder de transformación en la
realidad?”, reflexioné.
“Todo
está hecho de una contradicción”, responde el Pintor, “La realidad no es lo que
vemos es lo que imaginamos”.
Las
conclusiones a las que llegaba con esta conversación me angustiaban. Para eliminar
mi ansiedad, me quedé callado y me dediqué a ver la habitación del Pintor. En
una esquina, a dos metros del suelo se encontraba una televisión. Se podían ver
las noticias del día: franceses atacando a sirios, el partido de izquierda
mexicano tomó la tribuna de la Cámara de Senadores, la chica del clima indicaba
un nuevo frente frío. De las paredes colgaban cuadros de mujeres desnudas con
rostros en éxtasis, en el centro del cuarto había una canastita sobre una mesa
de caoba roja donde el Pintor y el Demiurgo depositaban la hierba que
pulverizaban. De todos los objetos orientales y exóticos del hábitat del Pintor,
el que llamó más mi atención fue el piano. Encima se encontraba una colección
de pinceles de camello gruesos y delgados, biografías de pintores, fotografías
de una mujer con un niño que jugaban con la luz, a su lado había grabados de
dioses hindúes y pergaminos con caligrafía china. La personalidad del Pintor se
reflejaba en ese piano: todo el occidente cargaba al oriente, un objeto que se
fragmentaba en otros.
“En
un cuento de Las mil y una noches se
dice que nosotros somos los hilos con que Alá teje el Universo. Sin nosotros no
hay tiempo, sin nosotros el mundo perece”, el Pintor me muestra un cuadro en el
fondo de su habitación, dos mujeres desnudas entrelazándose desde sus
entrepiernas, doblándose en forma de doble hélice y sus bocas se unían al
final. El Pintor se queda absorto mirando el cuadro.
Intenté
hablar con el Ho Chi Minh. Me dijo algo y después me extendió su cigarrillo de
hierba, fumé. El Demiurgo esa noche se mantuvo callado.
Raúl Fierro
Casa
de las Ciencias de Oaxaca
Camino
Nacional 4 San Sebastián Tutla, Oaxaca
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7 50 87
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