martes, 4 de junio de 2019

La tinta del tiempo (fragmento)

Hombre triste en un tren (1911)
Marcel Duchamp
Fuente: Wikiart


“Toma un asiento”, me dijo el Demiurgo al invitarme a entrar a la casa del Pintor. Antes de sentarme sobre un sillón en el que me hundí, creo que le faltaban algunos resortes. Saludé al Pintor, un hombre canoso de ojos azules y arrugas en la sien, quien preparaba la hierba para la noche; “es un hombre sabio”, me dijo el Demiurgo. Al sondear la habitación con mi mirada, noté a otro invitado quien era una persona delgada con un bigote alargado que terminaba en punta en ambos lados de su boca, siempre mantenía una sonrisa que intensificaba su gesto de burlón con sus ojos rasgados. Me recordaba a Ho Chi Minh.

El Ho Chi Minh chasqueó los dedos y le apareció un cigarrillo de hierba de Pintor en sus manos. Ya que yo era un Iniciado, el Demiurgo y el Pintor hablaban en una lengua extraña para mí sin embargo logré captar algunas palabras cuando empezaba a disertar sobre el espacio-tiempo, el color y la luz:

“Cuántos espacios-tiempos debe haber que no podemos ver”, reflexiona el Pintor.
“El Iniciado dice que el mundo es un sueño”, dice el Demiurgo.

El Pintor me observa, siento que me exige una explicación:

“El mundo está hecho de cuerdas. Las cuerdas vibran en once dimensiones, cuerdas que se transforman bajo la lógica de la Geometría del espacio-tiempo y dejan dudas sobre la realidad de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza”, digo mirando al suelo mientras dibujo sobre el aire curvas y planos.

“Entonces la ciencia ha llegado a ese punto.”, el Pintor fumó y exhaló el humo por la nariz, “hay algunos que niegan la realidad como un telar”, dijo.

“Einstein soñaba en un universo geométrico”, le digo al Pintor, “su sueño era que la Física concibiera a todas las fuerzas como una deformación del espacio-tiempo. ¿Podría ser que aquello que decimos que es real sea producto de nuestra imaginación?, ¿cómo es posible que una ilusión tenga tanto poder de transformación en la realidad?”, reflexioné.

“Todo está hecho de una contradicción”, responde el Pintor, “La realidad no es lo que vemos es lo que imaginamos”.

Las conclusiones a las que llegaba con esta conversación me angustiaban. Para eliminar mi ansiedad, me quedé callado y me dediqué a ver la habitación del Pintor. En una esquina, a dos metros del suelo se encontraba una televisión. Se podían ver las noticias del día: franceses atacando a sirios, el partido de izquierda mexicano tomó la tribuna de la Cámara de Senadores, la chica del clima indicaba un nuevo frente frío. De las paredes colgaban cuadros de mujeres desnudas con rostros en éxtasis, en el centro del cuarto había una canastita sobre una mesa de caoba roja donde el Pintor y el Demiurgo depositaban la hierba que pulverizaban. De todos los objetos orientales y exóticos del hábitat del Pintor, el que llamó más mi atención fue el piano. Encima se encontraba una colección de pinceles de camello gruesos y delgados, biografías de pintores, fotografías de una mujer con un niño que jugaban con la luz, a su lado había grabados de dioses hindúes y pergaminos con caligrafía china. La personalidad del Pintor se reflejaba en ese piano: todo el occidente cargaba al oriente, un objeto que se fragmentaba en otros.

“En un cuento de Las mil y una noches se dice que nosotros somos los hilos con que Alá teje el Universo. Sin nosotros no hay tiempo, sin nosotros el mundo perece”, el Pintor me muestra un cuadro en el fondo de su habitación, dos mujeres desnudas entrelazándose desde sus entrepiernas, doblándose en forma de doble hélice y sus bocas se unían al final. El Pintor se queda absorto mirando el cuadro.

Intenté hablar con el Ho Chi Minh. Me dijo algo y después me extendió su cigarrillo de hierba, fumé. El Demiurgo esa noche se mantuvo callado.

Raúl Fierro
Casa de las Ciencias de Oaxaca
Camino Nacional 4 San Sebastián Tutla, Oaxaca
51 7 50 87

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